Garciarevalo, inmersa en la Castilla rural
Garciarévalo es de estas bodegas que cuanto más la conoces, más te gusta. Y no es por la bodega en sí, ni por el viñedo ni por el vino (que son de diez), ¡es por su gente!, ¡por simpática! Antonio y Manuela, que tanto montan. Y Reyes, la enóloga, entusiasta como pocas, que sin ser de la familia es como si lo fuera por las ganas que le pone. Y no me extraña, porque la dejan hacer y experimentar. Ole por una bodega familiar dinámica y atrevida.
La bodega es coqueta y funcional. Se nota el trabajo de años y el esfuerzo por ir ganando espacio conforme aumenta el volumen de negocio y se ponen en marcha nuevos proyectos.
El viñedo bien merece una visita (sobre todo el viñedo viejo prefiloxérico y en vaso bañado por el Eresma y el Adaja). De paso descubrimos el campo castellano y nos llenamos los pulmones del aire limpio de Matapozuelos.
Los vinos van siendo unos cuantos, yo me quedo con el Finca Tres Olmos, el Clásico o el sobre Lías, y sobre todo con el apetecible Harenna. De edición limitada, muestra lo mejor de la Verdejo, redondo y equilibrado. Todo un acierto, fruto de los viñedos más viejos, de una cuidada vendimia a mano y del uso de levaduras autóctonas.
Y para rematar la visita, elegimos sitio para recuperar fuerzas sin salir del pueblo, todo un dilema. El Lienzero o El mesón don Pedro para comer a gusto y a buen precio, o La Botica con su estrella Michelín, para darnos un capricho. La única dificultad es decidir cuál, l’embarras du choix, como dicen los franceses.